Esto lo escribo más como un testimonio que como cualquier otra cosa, pues lo quiero compartir, aunque no lo entiendo del todo, no lo integro el todo, no lo vivo del todo:
¡pero quiero!
Aprendiendo a olvidar
Escuché que es posible Olvidar, escuché que es de hecho una de las prácticas espirituales más profundas y avanzadas; tiene que ver con la disolución del yo, con la aniquilación de lo personal en mí.
Escuché esto y mi corazón se inflamó, mi respiración estaba entre cortada, el tiempo parecía haberse detenido. Los oídos y los ojos del corazón despertaron con curiosidad:
¿de qué se trata esto? ¿es esto posible?
Mi mente, mis mandatos, creencias y expectativas, luchaban y gritaban dándose tumbos con las paredes de su estrecho espacio, expresaban cosas, decían:
Si olvido, cómo me acuerdo que las lecciones y aprendizajes que el dolor me ha traído
Si olvido, cómo me cuido,
Si olvido quien fui y lo que ocurrió en mi vida… ¿entonces qué?
Todo se quebraba y todo se rompía en ese instante.
La cultura me había enseñado a recordar siempre el dolor, los perpetradores, los caminos arduos, las heridas, la lucha y claro, recordar en todo momento la gran herida original…
¿Ahora la información es olvidar?
¿Borrar del todo? ¿eliminar mis memorias?
¿desprenderme de mis anécdotas? ¿Olvidar?
No parecía posible.
Ese día me entregaron un wasifa para iniciar la práctica del olvido, un wasifa es como un mantra, una frase sagrada en alguna otra corriente espiritual; de las que más me han transformado y, con desconfianza pero con la bendita curiosidad inocente que me ha traído hasta aquí, metí mi cabeza en esa agua…. Inicie mi práctica.
Han pasado meses y meses y meses practicando.
He sido malísima en algunas cosas últimamente, he sido la peor, la última de la fila, la que más mal hace la tarea, como en mi clase de danzas de la india, en esta clase llevo un año y sigo siendo pésima, menos mal ya no me importa ni mi nombre, así que menos me importa ser la peor.
Me mantengo en la práctica del olvido, aunque nada se de ella.
Aun no olvido, pero estoy constantemente mirando de frente esta posibilidad, no sale de los primeros puntos de mi lista de propósitos, porque si olvido, todo se disuelve, todo termina de curar. Intuyo que esto no será de agrado para muchos, no será de agrado para la psicología tradicional, ni mucho menos para la cultura, o para algunos viejos maestros, porque esto es “inconveniente” y es posible no lograrlo en los años de vida que tenemos en el mundo, aunque vivamos mucho tiempo.
Pienso que quizá hemos armado argumentos interminables por los que es tan provechoso no olvidar; pues cuesta soltar, cuesta des identificarme de lo que he vivido, dejar de definirme por mis anécdotas DEL TODO, dejar que las anécdotas se vayan, y quedarme en la nada de mi verdadero ser.
A la final parece que no somos nada, que no somos lo que imaginamos ser en absoluto, que habitamos la tierra llenos de roles sagrados y momentos plenos o desagradables, pero nada de eso es lo que somos.
Y entonces, además de haberme propuesto olvidar, olvidar mi historia y olvidarme de mi, morir antes de morir, quemarme en el fuego de este olvido, que es a la vez el recuerdo de quien soy, me proponen practicar que:
Este no es mi cuerpo, este es el tempo de lo divino,
Esta no es mi mente, este es el pensamiento de lo divino,
Este no es mi corazón, este es el altar de lo divino,
Esta no es mi alma, esta es la presencia divina.
H.I.K
Me paralizo ante esta práctica, cuando la escribo, me llama más, enciende el ardor de mi corazón, el anhelo profundo de ir hacia allá, y ahí mi mente, mi entrometida mente psicológica, me dice que no lo lograré, que no vale la pena el camino, que no seré capaz, me dice que tenga miedo, pero un así: ¡ QUIERO !
Sigo en la práctica
para luego, dejarla ir.
Gratitud infinita a los hermanos Sufi. Amor y respeto a Amin, Walia y a Murshid Nawab por transformar y seguir transformando mi vida.